Una de las cosas más difíciles, y sin embargo más vitales de la llamada «ficción especulativa» es la construcción de mundos (innecesariamente llamada «world building»), y curiosamente es donde también se estrellan muchas obras que agobian al lector con mitología e información prácticamente desde el principio. Uno de los mejores ejemplos que se me ocurren de como sí se deben hacer las cosas proviene de una película que ni siquiera pertenece al género fantástico. Hablo de la cinta Wall Street (1987), de Oliver Stone, la cual volví a ver hoy después de muchísimo tiempo y me ha hecho pensar en seguida en algo que quiero compartir.
No tengo ningún problema en decir que Wall Street no me parece la mejor película de Oliver Stone, ni siquiera una de las diez mejores. Tiene muchos problemas, siendo el principal que su mensaje es demasiado obvio incluso para los estándares de un director que nunca ha sido lo que se dice un experto en sutilezas (hay una escena en la que Michael Douglas echa un discurso con el que nos da bien masticadistos todos los temas de la película). Pero hay una cosa en la que acierta al cien por cien: su recreación del mundo de los brokers y su subordinación a la historia que Stone desea contar.
Lo que quiero decir con esto es lo siguiente: yo no tengo ni idea de lo que hace un broker, no sé absolutamente nada sobre el mercado de valores ni sobre el mundo de la especulación financiera, y creo que al menos el noventa por ciento de los términos y la jerga que se maneja en esta película son un misterio para mí… pero eso no me impide seguir la historia. Esto ocurre porque el mundo de estos depredadores financieros es sólo el trasfondo de una historia que habla sobre temas mucho más básicos y universales: la codicia, la ambición desmedida, la falta de lealtad y la deshumanización de alguien que decide que su valor sólo puede ser medido por su éxito material. Al final es esto lo que trasciende, y todo el mundo en el que se desarrolla la acción es sólo un telón de fondo y en eso se queda, por mucho que constantemente se esté hablando en un lenguaje desconocido. Al final, todas las referencias técnicas del guión son sólo florituras que no entorpecen la trama ni su disfrute, y en ese sentido me parece una obra maestra y una lección que muchos creadores de mundos ficticios deberían aprender.